
La escritora Marta Sanz hace doblete en los Cursos de Verano de la UCM de 2025. Por un lado, inaugura el curso “Futuros de la novela negra II” y, por otro, participa en el que se celebra en el Museo Nacional Thyssen Bornemisza titulado “De aquellas escuchas, estas narrativas”. Este último le permite salirse de su zona de confort y, por un momento, dejar de hablar de literatura para adentrarse en el mundo del arte y de las sensaciones que provoca. Amante declarada del cine, de la pintura, “y de todo lo bueno”, Marta Sanz es una de las voces más potentes de la narrativa española desde que comenzó su trayectoria a finales de los años noventa.
De sus cerca de 25 libros, entre novelas, ensayos y poesía, tiene una trilogía de novela negra, pero el lector se puede sorprender porque no es una novela negra al uso. ¿Cómo la definiría?
Intenté escribir novelas negras que funcionaran como novelas negras, pero que al mismo tiempo fueran artefactos críticos respecto a algunos de los vicios de la novela negra. Con toda la humildad, es lo mismo que hizo, por ejemplo, Flaubert, cuando escribió Madame Bovary. Él quería hacer una novela que tuviera el aroma de un folletín, que no fuera un folletín, pero fuera un folletín, y al final no fuera un folletín. O lo que hizo Cervantes con las novelas de caballerías y El Quijote, que no es una novela de caballerías, pero sí es una novela de caballerías y no es una novela de caballerías. Era un poco esto lo que yo quería hacer cuando publiqué Black, Black, Black, que es una novela en la que por una parte se denuncia todo lo que tiene que ver con la violencia sistémica desde un punto de vista económico, social y político, pero entre esas violencias también se reconoce la propia violencia del lenguaje, la propia violencia de los discursos literarios, que a veces lo que hacen es tratarnos a los lectores como clientes y como individuos infantilizados.
En esa trilogía el detective protagonista parece ser Arturo Zarco, pero cuando se leen las tres no se sabe si realmente la protagonista es su ex mujer Paula Quiñones. ¿Quién considera usted que es?
Yo creo que en estas tres novelas es muy importante la idea, y esto valdría para todas las novelas y para toda la vida en general, de que los seres humanos somos un conglomerado de voces. En realidad, dentro de nosotros están las voces de nuestras madres, de nuestros padres, de nuestros ancestros, de los libros que hemos leído, de nuestros amigos, de nuestros amores. A mí en estas novelas me interesaba mucho ese concepto de polifonía, y teniendo esto en cuenta, en la trilogía del detective Arturo Zarco hay tres voces fundamentales, que ya aparecen en la primera novela. En el primer tramo de Black, Black, Black, la voz cantante la lleva Arturo Zarco, la voz intermedia es la voz de Luz Arranz, y la voz final es la de Paula Quiñones.
En la segunda novela, Un buen detective no se casa jamás, toda la voz es la de Zarco, pero la interlocutora, el personaje buscado, el fantasma es Paula Quiñones. Y en la tercera novela, pequeñas mujeres rojas, en realidad toda la voz es de Luz Arranz, lo que ocurre es que esa voz de Luz Arranz también está construida a través de las cartas de Paula Quiñones y de la presencia fantasmagórica del detective Arturo Zarco. Yo creo que los tres personajes, sus miradas y sus voces se empastan en las tres novelas, que se pueden leer de forma independiente, pero que al mismo tiempo son un retablo compacto.
Al leérselas juntas es cierto que se ve que están más entrelazadas de lo que parece en una primera lectura.
Y además hay una peculiaridad, se supone que la segunda y la tercera, Un buen detective no se casa jamás y pequeñas mujeres rojas, se están produciendo simultáneamente en el tiempo. Mientras el detective Arturo Zarco está en Benidorm echando de menos a Paula y escuchando la voz de su fantasma, buscándola por los laberintos de esos bares que hay allí, entre los árboles, en las afueras de Benidorm, Paula Quiñones está en Azafrán, Azufrón, viviendo todas las cosas que está viviendo, y eso da sentido a que en la segunda novela Paula sea una persistente voz fantasmagórica.
Los espacios en sus novelas son muy importantes. Cuéntenos algo de su relación con Madrid, Benidorm y ese pueblo que ha denominado Azafrán.
Yo sé que ahora se utiliza mucho el Google Maps, y además me parece un recurso completamente legítimo, para hacer la construcción de todo lo que es la cartografía de una novela, pero en mi caso yo no sé trabajar así. Siempre he hablado de espacios que he conocido y que he vivido y de los que tengo una experiencia sensorial. En mis novelas he hablado de Madrid, he hablado de Benidorm, que para mí es un lugar vinculado a toda la infancia, la adolescencia, el crecimiento, el nacimiento y una sensorialidad nueva. Y en el caso de pequeñas mujeres rojas es cierto que el pueblo se llama Azafrán o Azufrón, y aunque no se identifica con ningún pueblo en particular de la Castilla Norte, tiene mucho de un pueblo en el que yo tuve experiencias de niña, que para mí fueron muy bestias. Y eso está ahí reflejado.
Madrid queda retratado en prácticamente toda su obra, pero en cuanto a Benidorm su presencia es menor, aunque muy relevante. En la segunda de las novelas de esa trilogía alguien afirma que “es una ciudad que es un simulacro”. ¿A qué se refiere exactamente?
Benidorm es un sitio muy singular porque es cierto que tiene algo de simulacro. En Benidorm encuentras réplicas de lugares de recreo vinculados con otras culturas. En Benidorm hay pubs ingleses que son simulacros pero que en el fondo son absolutamente genuinos. Encuentras restaurantes vascos o sitios de pinchos que son un simulacro pero que al final acaban siendo absolutamente genuinos. En Benidorm nos encontramos con la fusión perfecta del original y la copia y de cómo el simulacro se termina convirtiendo en realidad y cómo la fantasía y las ficciones terminan siendo indisolubles de la propia realidad. Es un sitio especialísimo.
También es un lugar que yo recuerdo que vivía desde la impresión de las capas. Había un núcleo muy identificable con la localidad de pescadores, con ese antiguo lugar donde se tejían las redes y se practicaba el arte de la almadraba, y luego otra y otra capa, todo cada vez más exótico y más ajeno. Es un lugar literariamente muy potente que yo nunca he retratado desde un punto de vista destructivo, sino todo lo contrario. Para mí es un universo muy poderoso. Por una parte, porque está vinculado a mi infancia, pero por otra parte porque es un lugar tremendamente peculiar.
Acaba de comentar cómo la fantasía y las ficciones se fusionan para dar lugar a la realidad. En los libros donde nos cuenta relatos de su vida como Los íntimos o Parte de mí, ¿cuánto hay de ficción? ¿Nos tenemos que creer todo lo que cuenta?
Te tienes que creer todo lo que cuente, porque yo en realidad estoy queriendo compartir contigo una experiencia que es auténtica. Creo que en la literatura lo que importa son las sensaciones que nos producen los acontecimientos, y los acontecimientos que comparto contigo siempre se han producido en realidad, lo que ocurre es que ese acontecimiento aparece reflejado a través del filtro de mis emociones.
Si yo he vivido un determinado momento con miedo, ese miedo va de algún modo, no sé si a deformar, pero sí a matizar esa realidad. Si yo ese acontecimiento lo he vivido con alegría, esa alegría va a modificar un poco el color del acontecimiento. Creo que al final eso es la memoria y la autenticidad literaria, que no tiene que ver con la enumeración aséptica y objetiva de las cosas como autoritariamente se supone que fueron, sino que tiene que ver con la subjetividad. Lo que yo comparto contigo es lo mejor que tengo, que es mi subjetividad y el haber intentado reflexionar y vivir cada experiencia e intentar darte lo mejor de mí.
Así que lo que nos encontramos en esos libros es la realidad pasada por el filtro Marta Sanz.
Claro, es la realidad pasada por el filtro Marta Sanz, tal cual.
En la Feria del Libro de Madrid me comentó que en Los íntimos está todo lo que sabe de literatura. ¿Puede desarrollarlo un poco más?
Es cierto, es así, porque Los íntimos es un libro que nace de un sentimiento elegiaco respecto a una manera de entender la literatura y respecto a una manera de relación del lector con los textos que yo creo que está transformándose porque nuestras capacidades de concentración son distintas, porque nuestra prisa es distinta, porque creo que las redes sociales han cambiado nuestra manera de pensar y de alguna manera también nuestra manera de sentir. Hay mucho de eso en Los íntimos, donde rescato todo eso que yo entendía que era la literatura y cómo se está transformando, pero al mismo tiempo he tenido un poco la necesidad de revisar todo lo que ha sido mi vida en este mundo y cómo lo que yo entendía por literatura ha ido cambiando con el paso de los años, con las nuevas formas del mercado, con las nuevas maneras de entender el negocio editorial.
Así que, en realidad, en Los íntimos se trata de contar esa historia en la cual lo que sucede fuera, lo que hay fuera, el contexto, no se puede separar del texto. Al contar mi vida y mi vida como escritora, al mismo tiempo estoy recogiendo todo lo que yo he ido aprendiendo de la literatura y hablo de lo que eran mis prejuicios respecto a lo que era la literatura y cómo esos prejuicios se han ido modificando y se han ido alterando a través de una vivencia de lo literario y a través de una formulación de preguntas distintas que van haciendo que tu cabeza cambie. Así que sí, es todo lo que sé, no sé más.
Al releer sus libros se descubren elementos que aparecen en libros posteriores, por ejemplo, en Black Black Black cuando Paula va paseando por Madrid va viendo esas persianas metálicas que bajan y suben o cuando va a la consulta de la psicóloga se pone muy hipocondríaca como en Clavícula. ¿Es una relación voluntaria?
No, no, es involuntaria, y me explico. En mi escritura es muy reconocible la mujer que soy, es muy reconocible mi carácter, son muy reconocibles mis miedos, son muy reconocibles mis filias, mis fobias, mi vulnerabilidad, mi relación con el cuerpo, mi clase social, mi condición de mujer. Todo eso es muy reconocible y es inevitable que vaya saliendo en los libros, ya sea desde una voz autobiográfica que intenta compartir de manera auténtica una subjetividad o ya sea a través de las máscaras. Eso está ahí, pero por otra parte he intentado asumir muchos riesgos en cada libro que escribo.
He intentado experimentar con géneros distintos, buscar fórmulas narrativas o fórmulas literarias distintas que respondieran a un mundo que es cambiante. Y por eso probablemente es la razón por la cual yo he transitado por el género negro o por la ciencia ficción o por la novela social, así que es una fusión de las dos cosas. En mis libros he intentado expresar esos fantasmas, compartir esas incertidumbres, pero hacerlo a partir de unas formas narrativas que sean novedosas, que sean estimulantes para quien lee y que de algún modo rompan la zona de confort de quien está al otro lado.
Menciona su relación con el cuerpo, algo que está muy presente en libros como La lección de anatomía o en la recopilación de toda su poesía hasta 2022, que se titula precisamente Corpórea. ¿Por qué esa centralidad en algo que muchos escritores prefieren obviar?
Yo soy una mujer materialista no en el sentido crematístico, es decir, creo que el espíritu es la carne, y creo que el alma es la carne, y creo con Marguerite Duras que escribir es encarnizarse, y creo que no se puede escribir si no es desde la fuerza del cuerpo. Cuando escribo, y esto lo digo muchas veces, aprieto mucho el lápiz y en mi escritura se nota la violencia que experimento sobre mi cuerpo, se notan mis contracturas, se notan mis contradicciones, se notan mis malestares y de la misma manera que cuando escribo sucede esto, cuando leo también tengo la sensación de que metabolizo los textos que leo. Frecuentemente tengo la sensación de que hay un libro que se me convierte en una mancha en el hígado. Todos los libros que leo, al final, terminan configurando mi retina, mi forma de aproximarme a la realidad, los libros que leo se quedan en mis sinapsis cerebrales. Yo tengo esta visión de la cultura como cultivo, como alimento y creo que todo eso al final se refleja en el cuerpo.
Hablando de poesía, en septiembre de 2025 publica un nuevo poemario. ¿Qué vamos a encontrar en él?
Este nuevo poemario que edita en septiembre La Bella Varsovia se titula Amarilla, y aunque cuesta mucho hablar de los poemas te cuento que en este hablo de hasta qué punto resulta difícil separar la desgracia del mundo, las cosas que están sucediendo en el mundo desde el punto de vista más desgraciado, las guerras, la situación en Gaza, la violencia que está por todas partes, de la vivencia del propio malestar psicológico, incluso del propio malestar corporal, hasta qué punto no podemos separar nuestra depresión o nuestra ansiedad de esas cosas que suceden. O sea, cómo lo malo que sucede fuera se te queda dentro y hasta qué punto también esa maldad que tú vas acumulando dentro condiciona tu manera de mirar el fuera. Es una reflexión sobre eso y sobre la alegría, el sentido del humor, el dolor, cómo todo eso condiciona un poco el prisma de nuestro conocimiento a través de la metáfora del amarillo. Para mí el amarillo es el color en el que se sintetiza la máxima idea de vida, la máxima idea de muerte, el amarillo es el color de las enfermedades hepáticas, el de los maravillosos campos de colza de Castilla, es el oro y es el ácido. Es un color muy completito, el amarillo.
Los libros que publicó antes de La lección de anatomía son prácticamente imposibles de encontrar. ¿Se reeditarán alguna vez?
No tengo la menor idea y te lo digo sinceramente, no lo sé. En el año 2011 Caballo de Troya reeditó El Frío, pero han pasado ya años de aquello. Me sorprende mucho cuando hay personas que me dicen esto que me estás diciendo tú y hay gente que a lo mejor encuentra un ejemplar de Susana y los viejos y se gasta 80 o 150 y euros, y eso no puede ser, es algo que habría que repensar. Voy a hablarlo con mis editores, pero en principio no tengo ni idea.