
“Aquí vamos a hablar todos, es obligatorio”. Juan Gómez Jurado no entiende su profesión, como después explicará, sin la participación de los lectores. Tampoco la conferencia extraordinaria en la que se le anunciaba este 16 de julio en la programación de los Cursos de Verano de la Complutense. “Si no os gusta el formato os invito a que os marchéis”. Para el autor de Espía de Dios, la trilogía de Reina Roja o la de Todo Arde, sin lectores no hay literatura o, al menos, la mitad de ella: “El proceso de creación es solo una parte del círculo de creación, que solo se acaba cuando vosotros lo leéis. El autor solo hace una mitad del libro, la otra es del lector”, responde a Pilar, la primera en atreverse en coger el micrófono y cuestionarle por cómo es su proceso creativo.
El “pacto” tácito que propone Gómez Jurado, como pronto comprenden los asistentes a su “conferencia”, incluye contraprestaciones a la posibilidad que les da de hablar de lo que ellos quieran. Una de ellas es la potestad de que él valore las preguntas. La de Pilar es “una mala pregunta”, por su falta de concreción. No obstante, no escatima en sus explicaciones. Así, confiesa que los “chispazos”, las ideas que parecen geniales, lo primero que hace con ellas es “pisotearlas, aplastarlas, guardarlas en un cajón”. Allí las deja unos meses antes de volver a ellas. Si siguen igual, si no han crecido, las tira a la papelera. En cambio, si, como los denomina Stephen King, los “chicos del sótano” han hecho su trabajo y aquel chispazo ha derivado en su cabeza -"hasta cuando echo los tarros de garbanzos en el carro del Mercadona"- en tramas y personajes, entonces se pone manos a la obra. Comienzan entonces las distintas fases de la creación: documentación, desarrollo de personajes –“la parte más decisiva”-, diálogos… Hasta llegar, “al final a la parte más aburrida de todas: escribir el libro”. El lector hace su parte cuando rellena todos los vacíos que deja el autor en la obra, pone caras a los personajes, colores a los objetos, interpreta los diálogos, las situaciones, según sus ideas, sus conocimientos... "Es imposible que tú leas, Pilar, el mismo libro que mi hijo de 20 años".
La siguiente “valiente” en coger el micrófono es Rocío. Su pregunta es sobre el proceso de documentación. En esta ocasión, el autor entra sin dilaciones en el tema y se declara, como todos los escritores, “un pintamonas que no tiene ni idea de nada”, y acude a los historiadores, que son los que han hecho estudios serios. Eso sí, si la novela es histórica toca leer algún que otro libro “de la vida cotidiana” de la época, que en caso de situarse en España, suele tener que hacerlo en inglés, “porque es triste decirlo pero los mejores libros sobre España están escritos por hispanistas ingleses”. Todo esa labor de documentación no sale después en el libro. “Es como un iceberg, hay nueve partes debajo del agua y una por encima”. Para decidir cuál es esa parte visible se hace una serie de preguntas: ¿Qué sabe el lector? ¿Qué necesito que sepa? ¿Qué tengo que ocultarle? ¿Qué tengo que saber yo?
Óscar es más temerario y pide a Gómez Jurado que le confirme que el final abierto de Todo muere presagia la continuidad de una trilogía que se suponía que esa obra iba a cerrar. “No necesitas saberlo”, le responde, a la vez que pone como ejemplo esta pregunta de un proceso de “infantilización” social, en el que también se incluye, que nos lleva a “como niños pequeños intentar saber qué va a pasar después”. Las expectativas, a su juicio, nos hacen perder capacidad de pensamiento crítico.
Las siguientes preguntas son más “tranquilas” para sus autoras. Una es sobre sus lecturas de pequeño –Los cuentos de Calleja- y su derivación en quién es el autor que más le influyó: su padre, que inventaba cuentos cada noche una vez le leyó todos los de la colección de Saturnino Calleja. “No era un buen escritor, pero era bastante rápido, el cabrón”, bromeó. La siguiente es sobre la adaptación de Reina Roja a la pantalla, en la que se implicó de manera absoluta, a diferencia de otros autores -citó a Pérez Reverte- que prefieren como decía, no recordaba si Hemingway o Faulkner, “tirar el manuscrito por encima de la valla, esperar que le tiren la saca con el dinero y luego salir corriendo”.
Con la pregunta de Pedro, vuelven las emociones a la sala. Le confiesa su preferencia por los autores clásicos de novela negra antes que por los actuales, que le parecen de peor calidad. Gómez Jurado trata de convencer a Pedro de que esto no es así, de que hay autores actuales -destaca a Gillian Flynn- cuya calidad literaria está muy por encima de las de Agatha Christie o Raymond Chandler, por citar dos ejemplos, y que su percepción es lógica porque cada uno tenemos un determinado bagaje cultural en función de la época que hemos vivido. “En conclusión, que te has hecho viejo”, le indica, no sin antes aconsejar a Pedro que “jamás digas que algo es una mierda”. “Y, por cierto, ha sonado muy mal eso de que los que escribimos novela negra ahora somos una mierda”, remató, con la complicidad de Pedro, que le acepta la broma.
La charla, el diálogo de Gómez Jurado con sus lectores va tocando a su fin. Antes, no obstante, da tiempo a hablar de la revolución de las audionovelas -ha escrito dos- o de las obras de literatura infantil que escribe –“sin jamás pelearnos”- con su esposa, la psicóloga Bárbara Montes. Uno de esos últimos temas -propuesto por Tamara, otra lectora- es sobre cómo conseguir naturalidad en los diálogos. El autor confiesa que eso es imposible, que un diálogo literario jamás puede ser como uno real, “porque nos moriríamos de aburrimiento”. Y pone como ejemplo fallido, la técnica de Sánchez Ferlosio en su celebérrimo El Jarama, de transcribir los diálogos tal como los oye. “Eso es una mierda”, sentencia. Pilar, la primera “valiente” que se llevó la reprimenda del autor por su pregunta, vuelve a pedir el turno: “Disculpa que te lo diga, pero a Pedro le has aconsejado que no vuelva a decir que algo es una mierda, y tú acabas de hacerlo”. “Es cierto -alza su voz el autor entre las risas de sus lectores- pero en este caso han pasado 50 o 60 años para saber que realmente era una mierda”. No hay más preguntas.